Soluciones para el sector vitivinícola. Parte 2: Aplicación del frío en las distintas etapas del proceso de elaboración del vino
En esta serie de artículos sobre las soluciones para el sector vitivinícola, en la parte 1, hablábamos de la importancia estratégica del control de la temperatura del vino.
La refrigeración es una herramienta fundamental en la elaboración del vino hoy en día, ya que el control de la temperatura es crucial para la calidad del producto final. Se aplica en cada etapa, desde la vendimia hasta el embotellado, para garantizar la conservación, la seguridad microbiológica y para influir en el perfil sensorial del vino.
El uso estratégico del frío permite maximizar los aromas, preservar la frescura de la uva y prevenir fermentaciones indeseadas, lo que da como resultado un producto más estable y atractivo. Esta tecnología también ayuda a mitigar los efectos del cambio climático, como el adelanto de la vendimia y las altas temperaturas, que pueden desequilibrar la acidez y el azúcar de las uvas. Si la temperatura es demasiado alta, la actividad de las levaduras se acelera, lo que puede causar defectos en el vino.
En el mercado actual, donde se valoran los vinos ecológicos y de baja graduación alcohólica, el frío se considera una tecnología sostenible que reduce la necesidad de aditivos como los sulfitos. Además, ayuda a diferenciar el producto en un mercado altamente competitivo, donde la calidad y las características únicas son clave para el éxito. El control preciso de la temperatura es, por tanto, una estrategia esencial para la industria del vino.
Ventajas clave del uso del frío en el proceso del vino
En la elaboración moderna de vinos, la refrigeración no es un lujo, sino una necesidad estratégica. Su uso aporta ventajas técnicas, sensoriales y comerciales que mejoran notablemente la calidad del producto final y permiten a las bodegas adaptarse a las nuevas exigencias del mercado global.
Uno de los beneficios más destacados es la preservación del potencial aromático del mosto. Las temperaturas elevadas provocan la volatilización de los compuestos aromáticos más delicados, lo que puede resultar en vinos planos, sin expresión. Al aplicar frío desde las primeras etapas del proceso, es posible conservar la frescura, intensidad y complejidad de los aromas primarios, especialmente en variedades blancas y aromáticas.
La importancia de los sulfitos
Otro punto clave es la reducción de la necesidad de sulfitos (SO₂). Este conservante tradicionalmente se utiliza para prevenir oxidaciones y fermentaciones indeseadas, pero su uso está cada vez más cuestionado por el consumidor consciente y por la normativa de vinos ecológicos. El frío permite minimizar el uso de SO₂ al ralentizar los procesos oxidativos y microbiológicos, manteniendo la integridad del mosto de forma más natural.
La clarificación y la estabilización tartárica también se ven favorecidas por el control térmico. Las temperaturas bajas mejoran la acción de los agentes clarificantes, favorecen la decantación de partículas y permiten la precipitación de cristales de ácido tartárico, eliminando el riesgo de defectos visuales en la botella sin alterar la composición del vino.
Desde el punto de vista microbiológico, el frío actúa como una barrera eficaz contra las fermentaciones no deseadas y la proliferación de microorganismos indeseables. Esto es especialmente importante durante el transporte, el almacenamiento y en procesos como el “Ready for Bottling” por elaboradores de graneles.
Refrigeración eficiente
En lo operativo, la refrigeración bien diseñada permite ahorros significativos de energía y espacio, al acelerar etapas como el desfangado o la clarificación, y reducir la cantidad de depósitos necesarios.
En resumen, los beneficios del frío en el proceso del vino en la enología moderna incluyen:
- Mejor expresión aromática y diferenciación del vino.
- Menor uso de aditivos y sulfitos.
- Estabilidad microbiológica y visual.
- Optimización de tiempos y recursos en bodega.
- Mayor adaptabilidad a las exigencias del consumidor y del cambio climático.
Por todos estos motivos, la inversión en un sistema de refrigeración eficiente no es un gasto, sino una apuesta segura por la calidad, sostenibilidad y competitividad de la bodega.
Aplicaciones del frío en cada fase del proceso del vino
A lo largo del proceso de elaboración del vino, el control de la temperatura desempeña un papel esencial en la calidad final del producto. La refrigeración se aplica en momentos clave para influir directamente en la extracción de compuestos deseables, evitar reacciones indeseadas y estabilizar el vino antes de su comercialización.
Desfangado en frío: limpieza y rapidez
El desfangado es una de las primeras fases del proceso, donde se eliminan impurezas sólidas del mosto como restos de tierra, fragmentos de piel o raspones. Realizarlo en frío permite acelerar la decantación natural, reduciendo significativamente el número de depósitos necesarios y mejorando la eficiencia del proceso.
Aplicar temperaturas entre 4 °C y 8 °C ralentiza la actividad enzimática y microbiana, permitiendo un desfangado y clarificado más estable sin riesgo de fermentaciones espontáneas. A su vez, esto evita la saturación de los sistemas de filtrado, que tienden a colmatarse rápidamente con materia orgánica.
Maceración prefermentativa en frío: potenciador aromático
La maceración en frío, especialmente en vinos blancos y rosados, se utiliza antes de iniciar la fermentación para extraer los compuestos aromáticos más delicados de la piel de la uva. Al mantener el mosto entre 4 °C y 8 °C durante varios días, se logra una mayor expresión frutal y frescura en el vino sin que se inicie aún la fermentación alcohólica.
En vinos blancos, una maceración de 2 – 3 días puede realzar notas cítricas y florales. En tintos, se extiende hasta 10 – 15 días para facilitar la extracción de antocianos y taninos suaves, aumentando la estructura y color del vino sin amargor ni astringencia excesiva.
Fermentación controlada: clave para la expresión varietal
La fermentación es el corazón del proceso enológico, y su éxito depende en gran medida del control térmico. Al ser un proceso exotérmico, el mosto tiende a calentarse, lo que puede derivar en fermentaciones rápidas, formación de alcoholes indeseables o incluso paradas fermentativas si se superan los 30 °C.
Con refrigeración, se mantiene la temperatura ideal: 18 °C para blancos y entre 22 °C – 24 °C para tintos, permitiendo que las levaduras trabajen de forma óptima y se produzcan compuestos aromáticos agradables como notas de panadería, frutas tropicales o flores.
Este equilibrio térmico garantiza una fermentación más limpia, estable y predecible, con vinos más elegantes y complejos.
Clarificación asistida por frío: eficiencia sin riesgos
Una vez finalizada la fermentación, el vino aún contiene partículas en suspensión. Para eliminarlas, se emplean técnicas como la centrifugación, filtración con membranas o la decantación, se añaden clarificantes naturales (bentonita, clara de huevo, alginatos, etc.). Estos productos floculan y precipitan mejor cuando el vino se encuentra a temperaturas por debajo de los 15 °C.
Si la temperatura supera los 25 °C, la clarificación se vuelve ineficaz y lenta. Por tanto, enfriar el vino en esta fase acelera el proceso, reduce el uso de aditivos y evita oxidaciones que comprometerían la calidad visual y sensorial del vino.
Precipitación tartárica: estabilización visual garantizada
Los cristales de tartrato son uno de los problemas visuales más comunes en botellas de vino. Aunque no afectan al sabor, generan rechazo en el consumidor. La técnica más eficiente para su eliminación es la precipitación en frío, manteniendo el vino entre – 4 °C y – 6 °C durante 5 a 10 días en depósitos de acero inoxidable con camisa refrigerante.
Esta técnica, además de ser efectiva, no altera las características del vino. También puede aplicarse en continuo mediante intercambiadores de placas, facilitando un tratamiento más rápido y eficiente para grandes volúmenes.
Destilación parcial en frío: vinos bajos en alcohol
Cada vez más consumidores demandan vinos con menor contenido alcohólico. La destilación a baja temperatura con vacío permite evaporar parte del alcohol sin perder compuestos aromáticos, manteniendo el carácter original del vino.
Esta técnica se realiza a temperaturas cercanas a los 16 °C, reduciendo la presión para que el alcohol se evapore a menor temperatura, y utilizando recuperadores de compuestos volátiles que luego pueden reincorporarse al vino.
Almacenamiento en barrica: evolución lenta y controlada
Durante la crianza en barrica, el vino sigue evolucionando. Un ambiente refrigerado con temperaturas estables entre 12 °C y 15 °C permite una polimerización lenta de los taninos, suavizando la astringencia y mejorando la textura.
Además, mantener una humedad relativa adecuada (70 – 85%) previene pérdidas por evaporación a través de los poros de la madera y evita que las barricas se resequen, asegurando una maduración óptima.
Almacenamiento en botella: presentación impecable hasta el descorche
Una vez embotellado, el vino necesita condiciones de temperatura y humedad constantes para conservar sus propiedades. Temperaturas superiores a los 20 °C aceleran la oxidación y el secado del corcho, mientras que niveles bajos de humedad deterioran la etiqueta y permiten la entrada de oxígeno a través del corcho.
Gracias al uso de cámaras climatizadas o sistemas de enfriamiento ambiental, es posible garantizar la estabilidad del producto en el tiempo, evitando quiebras en botella y protegiendo el valor comercial del vino.